La habitación era un caos, un
desorden hundido en la más profunda oscuridad rota por la escasa luz que
provenía del pasillo y que se colaba a través de la rendija de la puerta mal
cerrada. Esa tenue luz que le hería los ojos, bastó para despertarla aquella
mañana de finales de enero. Se giró en la cama en un intento vano por volver a
sumergirse de nuevo en aquel placentero sueño del que había salido. Sintió el
tacto frío de las sábanas sobre su piel desnuda. Recordó con nostalgia la noche
anterior, como se había quedado dormida sobre su pecho, y le sorprendió sobre
manera no encontrarle a su lado en la cama.
Con sigilo se
levantó, apartando la fina tela que cubría su cuerpo, dejando con ello, que el
frío invernal de la mañana le agarrotase cada parte de su cuerpo. Un escalofrío
la recorrió de arriba abajo. En esos instantes deseó volver a cubrirse con
todas las mantas que pudiese y sumirse de nuevo en su sueño.
Caminó por la
habitación a oscuras, pisando a su paso millares de prendas de ropa que la
noche anterior habían ido cayendo una a una, perdiendo a su dueño, llenando el
silencio del cuarto hasta entonces. Cogió una camisa que salió a su encuentro
sin importarle a quién habría pertenecido, y se abrochó los botones como pudo.
Después, echó la mano hacia una silla que recordaba había cerca de la puerta,
un pantalón parecía estar allí esperando por elle, para poder cubrir su
desnudez de alguna manera antes de salir a la incipiente luz del pasillo.
Cuando abrió
la puerta la luz exterior le dañó la vista. Parpadeó unos instantes antes de
salir al estrecho pasillo. Los recuerdos asaltaron su memoria. Recordó el
momento en el que había cruzado la puerta de la entrada; dejado las cosas en el
salón, él la había abrazado por la espalda, había comenzado a besarle en
cuello, la clavícula que su camiseta dejaba al descubierto; ella se había
girado con la mirada ardiente, sus labios rojos, carnosos, buscando los de él
con un deseo patente en la mirada….
Llegó a la
cocina. Lo encontró de espaldas. La radio puesta, aunque no se había percatado
de ello antes, probablemente porque estaba sumida en los retazos de una noche
inolvidable. Le vio haciendo el café,
tenía dos tazas preparadas encima de la mesa.
Ella se sentó en una silla procurando no hacer ruido, observando sus
movimientos, su baile disimulado, su timidez a la hora de tartamudear todas y
cada una de las melodías que iban apareciendo. Cuando se giró y la vio, se
sonrojó, ella no pudo evitar sonreír. Le gustaba él, le gustaban sus ojos
claros como el agua, traslucidos que sacaban a la luz siempre sus emociones.
- -
Buenos días. – Susurró él, acercándose a ella, besándole
la mejilla, bajando con lentitud hasta sus labios. - ¿Tienes hambre? – Ella no
contestó, con un solo un movimiento se levantó de la silla, la apartó a un
lado, se sentó encima de la mesa y le atrajo hacia sí.
Ya no había
carmín en sus labios, su pelo estaba revuelto y enmarañado y no como la noche
anterior. Sin embargo, el deseo había vuelto. Sintió como sus manos recorrían
su espalda, levantándole esa camisa mal abotonada que ni siquiera era suya;
ella no resistió la tentación de quitarle la camiseta, de acariciar y
contemplar con fascinación su torso desnudo. Él deslizo la yema de sus dedos
por sus muslos, por sus caderas, atrayéndola más hacia sí…
- - ¿Qué quieres? – Preguntó él casi sin aliento.
-
- A ti. ¿Qué quieres tú? – Preguntó ella con una
pícara sonrisa dibujada en los labios.
-
- Tirarte en mi cama de nuevo y no dejar que
salgas nunca de ella.
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