"Ser creativos quiere decir no ser prisioneros del tiempo de otros. No tener ni límites ni confines, hasta dar con la idea perfecta que te recompensa por todo ese tiempo que ya no está... Pero en realidad sigue existiendo todavía, solo que bajo otras formas."


"La creación nace de un rayo, de un error respecto al curso habitual de las cosas. No hacemos nada bien hasta que dejamos de pensar en el modo de hacerlo"



viernes, 4 de noviembre de 2011

Las estrellas del cielo



Puede que sea una historia real, o puede que tan solo sea un pequeño cuento, tal vez feliz, tal vez sombrío…
Comienza nuestra historia en una época pasada, ahora prácticamente en el olvido, salvo por aquellos que vivieron el suceso, en cuyas mentes permanece latente el recuerdo, tratando de trasmitirlo de padres a hijos…
Era una aldea como otra cualquiera donde, a las afueras, una pequeña casa se ocultaba entre los árboles. Dentro, en el piso superior, al final de las escaleras, en la habitación del fondo del pasillo, sentada en el “banco-ventana”, una niña de cinco años  observaba ensimismada el cielo nocturno, envuelta en una cálida manta resguardándose del frío mientras contemplaba en la oscuridad de la noche como cientos de estrellas dejaban de sostenerse en el infinito y caían hasta llegar al suelo, donde se fundían con la tierra, desapareciendo, humedeciendo la hierba… Pobre ingenua al pensar que las luces que velan los sueños de cada persona morían, pero, ¿qué se puede esperar de una hermosa criatura de cinco años para la cual el mundo que la rodea es algo desconocido y hostil?
Llevada por la curiosidad, abrió la ventana, estiró el brazo y permitió que las blancos fantasmas rozaran su piel. Su tacto frío la hirió de golpe, devolviéndola a una realidad que le era ajena a su corta edad. La sorpresa, la incertidumbre y la extrañeza fueron sustituidas de pronto por el miedo a lo desconocido, a lo oculto, a lo que estaba fuera de su comprensión…
Corrió por el pasillo dispuesta a despertar a una madre que plácidamente dormía envuelta en el calor de las sábanas. Cuando la madre se hubo despertado la pequeña de negros cabellos se la llevó casi a rastras hasta la ventana abierta de su habitación. La madre no alcanzó a comprender lo que sucedía hasta que vio a su hija llorar frente al cristal por el que penetraba el frío, donde el vaho de la niña dejaba una huella de recuerdo indeleble… “Las estrellas caen del cielo”, dijo la pequeña entre sollozos incontrolables, obteniendo como respuesta el tierno abrazo, el calor materno, el consuelo que solo una criatura como aquella encuentra en una madre…
Con la calma, con el paso de los días de invierno, con el devenir de los años, la niña comprendió al fin que aquellos no eran más que simples y banales copos de nieve que nacían del agua, caminaban hasta el cielo y regresaban para morir en la tierra.
La tragedia sucedió diez años más tarde cuando, una noche, aquella misma de niña de cinco años, ya más mayor, caminaba por un sendero entre los árboles de regreso a su casa. Nevaba y el frío la calaba hasta los huesos, mientras los copos de nieve caían a su alrededor y encima de sus ropas. Lo que la joven no sabía era que acechante entre las sombras un hombre la seguía desde hacía rato…
El desconocido caminaba atento a todo movimiento que efectuaba su presa, procurando a su vez no levantar sospechas de su presencia. ¿Qué podía querer un salvaje como aquel de una muchacha tan inocente, el rostro puro e inmaculado de la belleza, ese que era conocido por todos, donde no había cabida para la tristeza o la soledad? La blancura de un rostro lleno de ingenuidad donde las lágrimas que una vez habían aflorado a sus ojos no habían vuelto a regresar… Pero ya no cabría posibilidad de derramar más lágrimas, ya no habría posibilidad de hacer desvanecer la ingenuidad, los sueños… Las parcas dejarían de hilar el hilo de la vida, cortarían la hebra de oro una noche de finales de noviembre, una noche fría y solitaria que marcaría el macabro destino de un pueblo pequeño sobre el cual se cernería el miedo, donde los padres no permitirían a sus hijos caminar solos una vez muerto el sol…
El asesino asestó su golpe mortal cuando la luna llena bañaba el camino. La pobre criatura sintió un agudo dolor desgarrándola por dentro, su sangre teñía la nieve, la tierra… Y allí, sobre la hierba mojada, la niña contempló una vez el cielo nocturno, olvidando por completo todos aquellos años que habían pasado para recordar de nuevo el momento en el que vio como sus amadas estrellas morían, se fundían con la tierra, cubriéndola a ella con su fino manto de hielo bajo las entrañas del mundo…
Pasaron los años, veinte, treinta, cincuenta… Pero la gente no logró olvidarse de lo sucedido, de cómo habían encontrado por casualidad el cuerpo desgarrado de la niña enterrado a diez kilómetros de su casa… Las víctimas se sucedieron una tras otra… El miedo se adueñó de cada rincón, ocultando un rostro maldito entre las sombras… El asesino nunca apareció…
La niña vivió la eternidad en su propia realidad etérea donde la nieve la cubría una noche sí y otra también… Ya no existieron más amaneceres para aquella joven de quince años… ¿No es curiosos descubrir como nos refugiamos en los recuerdos que un día fueron hermosos y a la vez dolorosos cuando nos llega la hora? El macabro azar así lo dispone, ¿quiénes somos nosotros para contradecirlo?