Era invierno. Los copos de nieve teñían de blanco el pequeño pueblo, borraban los colores de su rutina, de su vida. Él observaba la calle desierta desde el porche de su casa, pensando que quizás ya era hora de ponerle el punto final a aquella historia. Había llegado el momento de empezar desde cero.
Hacía años que buscaba la manera de alcanzar su metas, sus sueños, pero siempre había sido incapaz. Se preguntaba cuál era la diferencia ahora; se dijo a sí mismo que el tiempo estaba cambiando, que la situación era diferente,ya no le quedaba nada ni nadie. El dolor había comenzado a desvanecerse, apagándose cada día un poquito más, dejando paso a una calma y una felicidad que hacía tiempo que no conocía.
Tenía que desprenderse de esas cadenas que lo oprimía y encontrar su camino de una vez por todas. Así que, cogió lo único de valor que poseía y se marchó bajo la atenta mirada de los muñecos de nieve. Abandonó su pueblo natal para dirigirse hacia la gran ciudad, sin conocer lo que el futuro le deparaba allí.
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