La pequeña princesita iba creciendo día a día un poco más. Cuando cumplió los trece años, sopló las velas de la tarta pidiendo el mismo deseo de los años anteriores: tener un padre y una madre. Pero parecía que el deseo no se quería hacer realidad.
Así, los años siguieron pasando. LLegó el decimoquinto cumpleaños, después del decimocuarto. Pronto se abrió la puerta del decimosesto aniversario. Por aquel tiempo, la princesa ya había dejado de ser una niña; estaba convirtiéndose en una mujer, una muchacha de largos cabellos castaños, de sonrisa radiante y una esbelta figura.
Fue en su decimosexto cumpleaños cuando la verdad vino a su encuentro. Las barreras protectoras que con sumo cariños habían construido todos sus allegados, se desicieron en mil pedazos.
Su padre había abandonado a la reina, su madre, por otra mujer del reino.Mientras que su madre se había dedicado en cuerpo y alma a la restructuración del reino, olvidando por completo a aquella criatura que había salido de su propio vientre.